22.3.11


18 de marzo

estaba lleno de lobitos, cada tantos cientos de metros, otro lobito, a veces picoteados por carroñeros, otras sólo rodeados de moscas, todos lobitos, chiquitos, el mar los había traído seguramente en los pasados días de tormentas, dos días con dos tormentas distintas, una con viento de acá para allá y otra con viento de allá para acá

fuimos y estaba lleno de lobitos, ¿cuál sería la tasa de mortalidad infantil de los lobos marinos? ¿existirá tal cosa? seguimos yendo, aborrecimos ligeramente del mar y llegamos a verlo como fuente de destrucción, exagerando, como siempre, porque le sacamos el jugo así

la zambullida me reconcilió con el agua, los cangrejitos y berberechos, ligera impresión me causó, pero era indudable que rezumaba vida

ayer, ya en otro lado, en un plan más civilizado, con silla y libro, sin sacarme la ropa porque estaba fresco y nublado, vi otro lobito, era un poco más grande que los de la jornada anterior, pero igualmente abandonado por la vida y el mar. se apersonó un pequeño comando, allá diríamos de aspecto cartonero, pero se trata más bien del servicio de recolección municipal, que usa un carro tirado por un caballo y en él van dos hombres juntando cosas, son barrenderos de a caballo
con toda pericia, uno usó un cordón, que no sé si sacó de por ahí o traía consigo, y ató una pata del desafortunado bichito para tirar desde el otro extremo y arrastrarlo hacia el médano donde su compañero estaba haciendo un pozo
no sé si por sorpresa o curiosidad, un poco lo estudiaban al ejemplar, tal vez estuvieran comentando lo que le habría pasado, imposible saberlo porque esas palabras se las llevó el viento y no me estaban dedicadas como para permitirme reclamar no haberlas oído

cuando la tercera tormenta se cernía ya sin dudas, y auguraba la tupida cortina de finas gotas que fue unas horas después, emprendí el retorno, silla en mano, libro en bolsa, con la certeza de que si no hubiera habido terremoto y tsunami en Japón lo de los lobitos no nos habría llamado tanto la atención

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