Hace unos días me llamó mi mamá y me dijo que tenía un cuento que me iba a gustar.
Una nena con síndrome de Down camina todos los días cinco cuadras para ir a la escuela que queda en 24 de Noviembre. Esto ocurre luego del almuerzo. Por la tarde del día en cuestión, su abuela va a la escuela a buscarla, pero la maestra le dice que la nena no está, que no fue. Obvia desesperación de la familia.
Por el revés de la trama, la historia se completa así: la chica llegó a la puerta del colegio y siguió de largo, caminó derechamente no sé muy bien por dónde y llegó a un McDonald's. Entró y se sentó en una mesa, acaso contando con el recuerdo de que alguna vez allí le habían dado de comer. Los empleados, al rato de ver a la nena ahí, se acercaron, le dieron una hamburguesa y una coca y buscaron en la mochila el modo de comunicarse con la familia, que finalmente la pasó a buscar.
-¿Qué te pasó que no fuiste al colegio?
-Nada, llegué hasta la puerta pero no tenía ganas de estar ahí, así que seguí caminando.
Tenía razón mi vieja, el cuento me gustó bastante.
Keep walking.
28.11.06
15.9.06
15.6.06
la vida te despeina
A veces me pasa que leo o escucho algo que me produce reverberaciones del presente, esto es: una cadena significante me cae como anillo al dedo para explicar algo que me anda pasando; son cosas que puedo saber o no… pero cae la frase y termino diciendo: “Ah, ahora entiendo”.
La explicación viene a cuento de que recién termino de ver Silvia Prieto y, en medio de muchas líneas de diálogo que me sentaron simpatiquísimamente, escuché lo siguiente: “Esa mujer tiene el diablo en el pelo”.
Bueno, así me siento yo estos días: mi peluquero está desaparecido, su casilla de mensajes está llena, aparentemente el celular que tenía ya no existe, me da pánico ir a probar con uno nuevo y la cantidad de clips que necesito para sujetar los rulos está creciendo de forma alarmante.
La explicación viene a cuento de que recién termino de ver Silvia Prieto y, en medio de muchas líneas de diálogo que me sentaron simpatiquísimamente, escuché lo siguiente: “Esa mujer tiene el diablo en el pelo”.
Bueno, así me siento yo estos días: mi peluquero está desaparecido, su casilla de mensajes está llena, aparentemente el celular que tenía ya no existe, me da pánico ir a probar con uno nuevo y la cantidad de clips que necesito para sujetar los rulos está creciendo de forma alarmante.
29.5.06
advertencia
Debo decir que ando con vitrosis, esto es: una inflamación en mi vínculo con los vidrios a mi alcance.
El saldo de esta afección viene siendo, por el momento, la rotura de una ventana, de una copa bellísima y la adquisición de unos lentes -también bellísimos- con los que no veo nada y que he tenido que mandar a rehacer.
Así que ¡attenti! porque hay una vitricida suelta.
El saldo de esta afección viene siendo, por el momento, la rotura de una ventana, de una copa bellísima y la adquisición de unos lentes -también bellísimos- con los que no veo nada y que he tenido que mandar a rehacer.
Así que ¡attenti! porque hay una vitricida suelta.
3.5.06
la gente detrás de las paredes
Mientras caminaba por los pasillos del subte, anoche, algo me hizo pensar en otros pasillos: los de los shoppings, esos que usan los empleados de gastronomía o de limpieza, esos que unen todos los puestos de comidas por la trastienda. Son pasillos que nunca recorrí, pero que no me cuesta nada imaginar como otros –que tampoco recorrí pero me fueron referidos–, los pasillos de circulación interna de algún hotel céntrico.
Tras puertas que casi conservan la isotopía estilística del no lugar de que se trate, el cartel que reza “privado” o “personal only” esconde un espacio bastante más horrible que aquel que es de circulación del “cliente”: poca luz y nunca natural, nada de aire acondicionado o calefacción, escaleras angostas con pasamanos de lata, ascensores de servicio pequeñitos o gigantes dependiendo de si llevan sólo empleados o empleados con carritos. Como suele ocurrir, porque ciertas instalaciones se estructuran como al sistema conviene, el espacio se hace cargo de las diferencias sociales a las que acaso estemos acostumbrados: el teatro de guardar tras bambalinas “las cosas feas de ver” porque, claro, así son más baratas. Nada que difiera demasiado de esconder el polvo debajo de la alfombra.
Y pensaba en esto por contraste con otros pasillos, que sí conozco: los de circulación interna de los consultorios de un hospital. Allí las cosas son al revés, social y espacialmente al revés. Mientras acaso los mismos empleados de esos shoppings u hoteles se apiñan en los pasillos a la espera de ser atendidos, los médicos (también acaso los mismos clientes de esos shoppings y hoteles) circulan por pasillos bien iluminados y acondicionados, se toman un cafecito recién hecho en una máquina que hay para eso o, directamente, se fugan de la consulta por la otra puerta para tomarse el cafecito en bar.
Tras puertas que casi conservan la isotopía estilística del no lugar de que se trate, el cartel que reza “privado” o “personal only” esconde un espacio bastante más horrible que aquel que es de circulación del “cliente”: poca luz y nunca natural, nada de aire acondicionado o calefacción, escaleras angostas con pasamanos de lata, ascensores de servicio pequeñitos o gigantes dependiendo de si llevan sólo empleados o empleados con carritos. Como suele ocurrir, porque ciertas instalaciones se estructuran como al sistema conviene, el espacio se hace cargo de las diferencias sociales a las que acaso estemos acostumbrados: el teatro de guardar tras bambalinas “las cosas feas de ver” porque, claro, así son más baratas. Nada que difiera demasiado de esconder el polvo debajo de la alfombra.
Y pensaba en esto por contraste con otros pasillos, que sí conozco: los de circulación interna de los consultorios de un hospital. Allí las cosas son al revés, social y espacialmente al revés. Mientras acaso los mismos empleados de esos shoppings u hoteles se apiñan en los pasillos a la espera de ser atendidos, los médicos (también acaso los mismos clientes de esos shoppings y hoteles) circulan por pasillos bien iluminados y acondicionados, se toman un cafecito recién hecho en una máquina que hay para eso o, directamente, se fugan de la consulta por la otra puerta para tomarse el cafecito en bar.
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